El ladrillo nos acompaña desde hace más de 11.000 años, consolidándose como uno de los materiales constructivos más longevos de la humanidad. Los romanos marcaron un hito al abandonar los bloques de barro secados al sol y apostar por la arcilla cocida, revolucionando la arquitectura con arcos, bóvedas y cúpulas que desafiaron lo establecido. Aunque sus dimensiones y procesos de fabricación han evolucionado con el tiempo, este módulo rectangular mantiene su esencia casi intacta: sus componentes y forma clásica permanecen inalterables. La razón es clara: su calidez, versatilidad y excepcionales propiedades estructurales lo convierten en un material que trasciende las épocas.
Por eso no sorprende que el ladrillo sea uno de los sistemas constructivos preferidos a nivel mundial. En Latinoamérica, su presencia va más allá de lo funcional: representa nuestra identidad y se entrelaza profundamente con nuestra cultura.
¿Por qué preferir el ladrillo antes que otras soluciones constructivas?
En comparación a otros sistemas constructivos, el ladrillo cerámico posee una serie de ventajas que lo hacen especialmente atractivo. En conjunto, estas se pueden agrupar en 4 ejes: durabilidad, acondicionamiento térmico y acústico, sustentabilidad y resistencia al fuego.